El segundo jalón se asienta durante la pandemia. Debajo de mi casa abrieron un bar aun estando prohibido acudir a ellos o a cuentagotas y con horarios muy reducidos, según la época. Los vecinos llamábamos a la policía municipal de Santander de continuo y no nos hacían caso. Decían que los decretos con las restricciones estaban mal redactados, que la culpa la tenía el Consejero del PSOE (a quien por cierto conozco y no tenía culpa alguna, lo puedo asegurar), etc. En relación aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. El caso es que el bar de debajo de casa se llenaba... de sudamericanos, era un bar de sudamericanos. Se petaba. Es fácil inferir que eran los hijos de las señoras que llegaron abriendo camino. Primero ellas y luego sus hijos, lógico. Estos jóvenes se convirtieron en bombas víricas, estoy seguro. No lo había dicho hasta ahora, pese a haber tratado sobre este tema muchas veces. De los hijos fiesteros fuera de la ley a las madres y de estas a los ancianos.
El tercero se sitúa en una mesa de una panadería de la C/Vargas donde una chica estaba con tres sudamericanos a los que se les veía con pasta, con cadenas, relojes brillantes y demás parafernalia que está llegando, que les estaba contando, la chica, que la habían llamado del hospital para un estudio, supongo que fuera Cohorte Cantabria, y ellos no la dejaron continuar, diciendo que ni se le ocurriera, que a temas de investigación había que decir siempre que no.
Lo anterior son las tres fuentes que reconozco en el origen de mi racismo rampante, que también reconozco. He hecho un ejercicio de memoria porque creo que saber de dónde viene es bueno para ponerle remedio.
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