La familia de Raquel es de Lamiña y la mía de Sopeña de Cabuérniga. Son dos pueblos vecinos. El primero se emplaza a media ladera, probablemente controlando el paso alto, y el segundo en el fondo de valle, controlando el paso por el llano. Ambos están conectados por La Cambera. Es un camino precioso, de los más bonitos que conozco. Pero se está perdiendo.
Desde Sopeña se llega desde un puente colgante, La Pontaya, que primero se dejó arruinar y luego se llevó el río.
Y desde Lamiña un vecino ha echado un camión de tierra en el arranque del camino para que nadie lo pueda utilizar.
Subimos Raquel y yo a Lamiña para documentar el camino que nos une. El resultado tenemos previsto que de cuerpo a un proyecto aparte.
Dado que en la actualidad no hay accesos, cuesta encontrarlo. Tuvimos que meternos por una plantación de eucaliptos y luego recorrer un trecho monte a través. Finalmente encontramos el camino y saltamos dentro. Digo que saltamos dentro y es literal porque en su mayor parte este camino está rehundido en el terreno.
La siguiente foto está tomada de pie desde dentro hacia el perfil de la ladera del monte, para apreciar la profundidad del camino, que alcanza los dos metros fácil si no más.
Este tipo de camino recibe el nombre de camberón, palabra que deriva de cambera, que a su vez deriva de camba, la pieza curva de las ruedas macizas del carro chillón o del país, que debe su nombre a que ruedas y eje giran solidariamente, provocando un chirrido que dicen que espanta al lobo. La palabra camba es céltica y significa "curvo".
Los camberones resultan de la negociación entre ser humano y naturaleza: la lluvia ahonda el camino, que es acondicionado por el ser humano.
La rehabilitación de este tipo de caminos requiere de un conocimiento especializado. No se puede llegar y echar una capa de hormigón o de asfalto, lógicamente. ¿Y a qué esperamos, a que alguien venga de fuera a solucionarnos la papeleta o a qué?
Desde el momento que se pueda habrá que dotarse de profesionales especializados en restauración de patrimonio cántabro: desde techado pasiego (no más pizarra) a murios cabuérnigos (no más paredes cementadas) pasando por encacháu de vías (no más pizarra pegada con supergen) o camberones como éste.
Nuestra diversidad, nuestra especificidad no es un problema, al contrario, es riqueza y lo es en todos los órdenes. Lo único nos hace únicos.
Puede que nuestra realidad compleja sea un problema para el mal gestor, el que prefiere que nada sobresalga, el que prefiere taparlo todo para que nada se vea, pero perdonad, ya no nos podemos permitir más malos gestores. Me parece que hasta aquí hemos llegado. Desde el momento que se pueda, sí, habrá que tomar medidas.
lunes, 23 de marzo de 2020
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4 comentarios:
Donde el puente colgante había antes un madero. Cuenta mi madre que siendo una de mis tías pequeña mi abuela vio el río crecido y que dijo a mi tía quédate aquí, no cruces, mientras ella cruzaba. Pero al mirar para atrás vio que mi tía, que debía ser poco más que un bebé, la estaba siguiendo. Al poco se cayó. Mi abuela la pudo coger en volandas.
Así que creo que no, "pontaya" creo que no es una palabra que sirva para los puentes colgantes, sino para los puentes hechos de troncos.
El fin de la cambera:
http://elrobledaldetodos.blogspot.com/2022/01/la-camineria-historica-de-pega-en-fitur.html
Es todo peor de lo que nos podamos imaginar.
Por cierto, me han vuelto a contar la historia de mi abuela y de mi tía Conchita, y mi abuela no es que tratara de cruzar la pontaya, solo se adentró unos pasos para ver si se podía pasar o no, yendo mi tía detrás sin que mi abuela se diera cuenta. Fue mirar para atrás y la niña caer. Mi abuela la cogió en volandas.
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