viernes, 7 de julio de 2017

Dos factores que marcan el cambio a peor en la evolución de las lenguas minorizadas

El verbo montañés esborregar se entiende hoy, incluso entre los propios cabuérnigos, con el significado de moriu o pared de piedra en seco (cantos de río) que se desmorona.

Pero en mi familia se conserva el significado más amplio de "desmoronarse algo colocado previamente", por ejemplo una montona de hierba (gurucu > jacina > montona, de menor a mayor). Incluso se marca específicamente como verbo opuesto de acaldar, teniendo en cuenta lo dicho aquí sobre acaldar: colocar algo donde debe estar, a diferencia de atotegar (Nansa) o atotogar (Saja), que es colocar algo donde mejor está.

Que las lenguas van cambiando sabemos que es inevitable. Lo que no es inevitable es que sea a peor o a mejor. Ahora bien, ¿qué es cambiar en negativo? Dos frentes: perder alcance y perder profundidad (en horizontal y en vertical).

Respecto al primer factor, que una palabra signifique algo muy concreto no siempre es porque haya perdido capacidad designativa (por ejemplo apurrir, "alcanzar a la mano"; jorrascar, "caminar entre hojas secas haciendo ruido"; o tarmeñu, "equilibrio que se tiene llevando algo a la cabeza", todas palabras cabuérnigas que tienen más que ver con la alta definición de nuestra lengua que con ninguna pérdida). Pero cuando hay constancia de que la palabra sí ha perdido pegada (generalmente por culpa de la diglosia) no cabe duda que nos encontramos ante un cambio a peor. Por ejemplo, cuando se diferencia entre isquila y quisquilla, la primera sin cocinar y la segunda cocinada (trasvase semántico que está sucediendo hoy). Creo que en estos casos tenemos que esforzarnos por recargar el campo semántico original: el de fisán (alubia), ceroja (ciruela), jatu (ternero), amayuela (almeja), tendal (tendedero), isquila (quisquilla), etc.

Cuando no es que el campo semántico de la palabra en cuestión se esté estrechando por presión del castellano, sino cuando directamente la palabra se debilita porque la realidad a la que da nombre desaparece, como pasa con la tronera que veíamos entradas atrás en Luena, porque troneras como tales ya no hay, ¿qué hacer? Creo que en casos así sí deberíamos coger la palabra cántabra y aplicarla a la realidad que sustituya a la desaparecida, si es que ha habido sustitución (soberáu por desván, por ejemplo, o tronera por buhardilla). Si la sustitución no se ha dado, entonces la palabra cántabra es candidata (ésta sí) a la vitrina o a quedar en la recámara para posibles reutilizaciones (como ocurre con nuestra arquitectura).

Por lo que respecta a la pérdida de capacidad de abstracción, un ejemplo claro lo acabamos de ver con esborregar. Ante casos así, ¿es lícito forzar la recuperación de su componente abstracto? En mi opinión, si existen precedentes conocidos y de los que podamos sentirnos herederos (por recurrir a coordenadas internas, me estoy refiriendo a precedentes que provengan de los antiguos y no de los moros), sí. Si no los hay y la abstracción pasa por una mera suposición, entonces no, por mucho que nos embelese la postura contraria. Para el caso, por ejemplo, de esborregar yo estaría a favor de recuperar su significado más amplio por abstracto, es decir, "desmoronarse lo previamente colocado", que pasa a ser para mí a partir de ahora el significado "original".

1 comentario:

Serrón dijo...

He introducido un cambio en la definición: de "descolocar algo colocado previamente" a "desmoronarse algo colocado previamente".

Archivu del blog