sábado, 24 de noviembre de 2012

La sombra de Sotileza (Crónica, 1934)

"Puerto Chico. Auténticas estampas marineras. No ese mar convencional , brillante y frívolo del estío, de las playas y de las regatas. No el mar de los maillots y de la música de jazz en los casinos, junto a la costa. Sino el otro mar, el verdadero, el sin careta y sin mentira. El de la galerna, y el rencor y la muerte.

Puerto Chico. La ciudad marinera, la ciudad pescadora. Santander, en realidad, acaba en Puerto Chico (el Sardinero es como un apéndice). Allí se extingue el muelle -cauce de modistas de once a diez, en las noches tranquilas de verano-. Es una ciudad minúscula y nueva esa que sube desde Puerto Chico hacia la Almotacenía: calles y casas de los marineros, de los hombres que arrancan al mar sus tesoros vivos, de los hombres que blasfeman y que luego, bajo la furia enloquecida del temporal, rezan a la Virgen del Carmen.

Sobre los muelles de Puerto Chico las redes pardas se secan al sol. Hora de espera y de pereza. La charla, la taberna, el cigarro. El recuerdo y el propósito. Humo de pipa marinera en la tabernilla repleta de voces. Pero para esta hora tranquila, llega la de hacerse a la mar y, al cabo de unas horas, sobre aquellos muelles de Puerto Chico, está, palpitante, coleante, la carga arrancada al Cantábrico. Trámites de administración, de peso, de reparto, y, poco después, el pescado, sobre los carpanchos de las vendedoras, destila por las calles de la ciudad.

Descalzas, fuertes, curtidas por el mar cercano, las pescaderas son una robusta encarnación de ese trabajo que no imagina el hombre de tierra adentro. Llevan ágilmente sobre la cabeza el repleto carpancho. Tensa su garganta por el ímpetu de los pregones. El paso firme y seguro. Cariátides del trabajo humilde y rudo, ponen en las calles ciudadanas -escaparates, artificio- un eco de la vida brava y libre del mar. Escuchar sus pregones es recoger algo de la emoción marinera: de la alegría y del drama de las aguas, más allá de la tierra.

Son fuertes, enérgicas, ásperas muchas veces. Hembras del mar, nacidas bajo su aliento, miran siempre con cierto desdén subconsciente a la ciudad. Porque la ciudad no comprende en ocasiones lo que hay de esfuerzo, de sacrificio y de dolor en esa mercancía que ellas traen sobre la cabeza. La lucha con las olas, bajo la galerna, significó a veces la muerte. ... "Y aun dicen que el pescado es caro"..., piensan y hablan ellas como escribió el novelista del otro mar, del Mediterráneo. Pero la ciudad, egoísta, no comprende ésto...

Brava y desgarrada, recia y popular, la pescadera lanza a todos los vientos de la ciudad el pregón inconfundible de su mercancía. (Se ha hablado de los pregones andaluces, de los pregones de Madrid, y se ha olvidado, en cambio, ese acento rotundo de los pregones del Norte). Voz del mar, ese pregón habla de muchas inquietudes que la ciudad, enfundada en su vida cómoda y tranquila, desconoce. Ese pregón -tres, cuatro palabras nada más, pero cargadas de sugestiones- habla de cómo la espera se puede hacer desesperanza al aguardar inútilmente al hombre que no regresa del mar. Y de cómo la mercancía pregonada fue lograda con peligro y desdén de la vida. Y de cómo el vivir marinero es áspero y doloroso, con ese dolor y esa aspereza de los trabajos humildes y oscuros.

No se parecen estas hembras de hoy a Sotileza, y sin embargo el recuerdo de Sotileza es inevitable. El mar es su caricia continua, como era, hace cincuenta años, sobre la fina piel de la muchacha callealtera. Y hace cincuenta años, como hoy estas mujeres, Sotileza cosía al sol las redes pardas en que había de llegar el pan de cada día o que habían, acaso, de llevar a la muerte." José Montero Alonso.

Compré por internet una ilustración de los años treinta de Rivero Gil que aparentaba ser preciosa, con dos pescadoras cumu cariátides con sendos carpanchos a la cabeza. Llegó el paquete, que no era más que el cartón de un rollu de papel de cucina, y al sacar la ilustración de dentro, alcuentro una hoja de rivista de papel de muy mala calidá, tostáu y a puntu de rompese por dellos sitios. Costó cincu euros, no tindría de ber esperáu más. Pero cumu compañu de la ilustración, una perla: un artículu sobre las pescadoras de Puertu Chicu de José Montero Alonso. A Rivero Gil continuaré siguiéndoli la pista.

No hay comentarios:

Archivu del blog