Hace tiempo subimos a los Pirineos por un valle aragonés y bajamos por otro navarro, Ansó y El Roncal, respectivamente.
En Ansó adornan sus casas con cardos, los más cerrados, aunque tampoco faltan abiertos. También con lo que nos pareció laurel. En El Roncal los cardos ya son de madera o plástico duro, abiertos.
En el Pirineo aragonés la tradición se conserva viva y apegada a la tierra. En el navarro seguro que también pero los que vimos estaban comprados en tienda.
Sabido es que en euskera a este cardo utilizado como símbolo protector de la casa se le llama eguzkilore y que se asocia al sol.
Cogimos un cardo (cerrado) en un pueblo aragonés (donde paramos a preguntar que por dónde quedaban los Pirineos, nosotros, cántabros, cuando estábamos en el mismo centro, que no lo parecía tanto) y lo pusimos en el salpicadero del coche, donde sigue.
El otro día fuimos a ver a mis padres a Cabuérniga. A mi madre en su valle se le activa la memoria de la infancia. En cuanto vio el cardo espetó "quitad eso de ahí". A mi pregunta respondió que "porque siempre se dijo que esos cardos traían mala suerte".
Y a mí se me ocurre pensar, ahora que estoy leyendo La edad de la penumbra: Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico (Taurus, 2018), que quizá nosotros no tengamos cardos en nuestras casas pero porque los quitamos, dicho de otro modo, que para nosotros el cardo (abierto o cerrado) también pudo llegar a ser un símbolo protector asociado al sol, un símbolo pagano, y que es por eso precisamente que el cristianismo hizo por erradicarlo. ¿Cómo? Dando la vuelta a su significado, pasando de ser un elemento positivo a otro negativo, por eso que los cabuérnigos no los puedan ver ni en pintura. Si no lo sabes no te das cuenta de que no están. Pero no están porque se repudian, que es otra forma de conferirles significado.
miércoles, 30 de mayo de 2018
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