Aquí puse la foto de tres variedades de manzanas carmuniegas. La de la izquierda y la del centro tenían sabores reconocibles. La de la derecha, que parece un tomate, aún no la había probado cuando saqué la foto. La posé en el balcón, al sol, para que terminara de madurar. La probamos Raquel y yo el otro día. No sabe a ningún tipo de manzana que hayamos probado antes. Es muy sabrosa. El aspecto es parecido al de las maíllas que puse aquí, pero en grande. Esta observación es de mi padre.
Por cierto, me dice un amigo lebaniego que al menos en Lameo, Valderrodíes, a las manzanas silvestres las llaman meilas y meilar al árbol. Pero mi amigo dice que las meilas que recuerda él y recuerda su madre tenían el tamaño de una ciruela claudia, no eran tan pequeñas como las de la foto.
Vuelvo a las manzanas carmuniegas. Teníamos dos de cada. Ayer llevé una de las que se parecen a tomates a mis padres. El sol ya le había sacado los colores lo suficiente. Nada más cogerla a mi madre se le encendió la memoria y me dijo que ella iba de cría con su madre a comprar esas manzanas a la casa de don Delfín. Es la casa que está entrando a Sopeña por la Calleja Entresietos, la del cuartel de la guardia civil, a la altura del Merderu, dejando Jerreru a la derecha. Ya no tiene manzanos. Incluso tenía una alameda que conducía desde la verja a la puerta de la casona, pero el propietario actual taló hace unos años todos los árboles de la finca.
Don Delfín no sé si era el padrino pero sí que se preocupó de Manuel Llano. Era también él escritor. Sopeña aparece en sus libros como Urbina, que es la mies donde está ahora la casa de mis padres, y también la mies donde se jugaba a la brilla (un juego parecido al hockey que lamentablemente se ha perdido) mientras duraba la derrota.
Abro aquí un breve paréntesis: las mieses ya hemos comentado que son espacios destinados en origen a terrazgo (hoy de uso intensivo ganadero) en el entorno inmediato al pueblo (la primera de las capas de la cebolla que es el modelo territorial cabuérnigo) de aprovechamiento individual pero organización colectiva. Las mieses están compuestas por jazas o parcelas, generalmente alargadas y estrechas. Estas jazas están delimitadas por jisos. Estas jazas tenían un propietario estable (como en las prairías de la falda de los montes y a diferencia del práu conceju, donde las parcelas, conocidas como brañas en Tudanca, se sorteaban entre los vecinos cada año). La familia propietaria no podía hacer lo que quisiera con su parcela. Estaba sometida al interés común. El bien común se definía y regulaba en los concejos (no me extraña que desde el poder se hayan reprimido hasta su práctica extinción, porque, con independencia de que, en mi opinión, el concejo es un invento precisamente del poder para tener a la población bajo control, lo cierto es que su potencial de autogobierno es infinito, y ya sabemos que todo lo que existe en potencia puede acabar traduciéndose en términos reales, que es precisamente lo que asusta al poder, de ahí que haya reculado y esté ahora empeñado en apagar los últimos rescoldos de una idea suya que podía habérseles ido de las manos, sobre todo en un contexto democrático como el actual o, mejor dicho, en un contexto de apetito democrático insatisfecho como el actual). La mies estaba cercada por un único muro. Se recogía la cosecha, maíz o lo que fuera, coincidiendo con la bajada del ganado de los puertos o pasá. La mies entonces se derrompía, es decir, se dejaba que entraran las vacas y aprovecharan los restos del cultivo. Es la derrota. Pues bien, el juego de la brilla coincide con la derrota. Se jugaba en la mies, entre vacas.
Retomamos el hilo. Ramón villegas ha recuperado hace no mucho un libro de don Delfín, El riñón de la montaña, me parece. Hay otro, no recuerdo el título, en el que describe un árbol concejil en Sopeña que ya no existe, un roble. Donde el autor emplaza el árbol se levanta hoy la iglesia, que no tiene más de un siglo (la imagen de la virgen se trajo de una ermita que se tiró y que estaba donde hoy está la fenecida escuela). En la biblioteca de don Delfín se formó Manuel Llano. Por influencia suya es que comenzó encuadrándose en el costumbrismo. Es una pena que se le conozca sobre todo por esta primera etapa epigónica (los estertores del s. XIX) porque acabaría escribiendo narrativa de avanzada de calidad extraordinaria (es ésta una corriente literaria nacida al calor de la República y aguzada por la guerra que no llegó a desarrollarse porque la cercenó la victoria franquista, pero que estaba llamada a ser una nueva cumbre de la literatura española), caso de las novelas o, como él mismo decía, prenovelas Monteazor o Dolor de tierra verde, absolutamente impresionantes.
El caso es que en uno de los relatos de Manuel Llano, quizá de Retablo infantil, el autor recuerda que de pequeño don Delfín le pagaba un dinero por cuidar los manzanos de su finca. Es un relato precioso. Son los mismos manzanos que conoció de cría mi madre, ahora lo sé. Son los mismos frutos.
lunes, 6 de octubre de 2014
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