jueves, 9 de noviembre de 2017

Escenas

Me quedo con ésta: Arrimadas pidiendo explicaciones en el Parlament por haber sido declarada persona non grata en Llavaneras, con alcalde de ERC, y el responsable de Transparencia, Relaciones Institucionales e Internacionales en el Gobierno catalán, Romeva, éste calvito de apariencia tan fina, tan en su sitio, diciéndole que en esa localidad el partido de Arrimadas es la segunda fuerza y que algo habrá hecho ella para que la excluyan, que ella sabrá por qué lo hacen, por qué la dejan fuera.

La típica excusa del maltratador.

Ahora Romeva está en la cárcel por haber malversado presuntamente más de seis millones de euros públicos, entre otros delitos. Su encarcelamiento no me apena más que el de cualquier otro preso común, como lo es él.

Pero volviendo a lo primero, el tú sabrás me recuerda a la noción de responsabilidad personal que tienen los católicos, más los jesuítas y los que se encuentran en su onda que otros, no en vano son éstos los que andan metidos en lides precisamente por ser los más influyentes: la responsabilidad personal católica es que cuando tú estás abajo no es porque otro esté arriba, sino porque algo habrás hecho mal para estar abajo. Es una noción jerárquica, que apuntala la desigualdad, acuñada no en la soledad de la celda sino en los círculos de influencia, una noción que, lejos del humanismo que toma como excusa, como pantalla, apunta al yo como factor problemático.

No sé si arriba solo puede haber gente así. Lo que sí sé, y es innegable, es que a día de hoy es así. Romeva es el ejemplo perfecto. Oriol Junqueras, con educación jesuita y ese llamamiento suyo desde la cárcel a luchar desde el bien (donde se sitúa a sí mismo, inefable) contra el mal (el otro), es otro. Pero no están solos. Los hay a un lado y otro. Pero arriba, eso siempre. ¿Y cuál sería el ideal? Que no haya otros en el mismo sitio haciendo lo mismo, sino que no haya nadie arriba. ¿Pero es viable? A lo que respondo, ¿es necesario que lo sea? Pues bien, llegados a este punto me temo que sí. No basta con poner metas que nos motiven, con señalar horizontes de futuro. Entonces, nuevamente, ¿cuál es la solución? Respondo con una palabra que me dijo una vez un tío mío montañés, que creo es nueva, es decir, vieja, pero nueva: sorripiar.

Sorripiar: limpiar, preparar el terreno (cuando más abandonado está) para sembrar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sorripiar yo lo escuché también para limpiar las orillas de un camino cuando el verdín o las bardas empiezan a invadirlo.

Serrón dijo...

Mirando, resulta que ya puse este verbo en una entrada dedicada a un vocabulario casero hecho por una tía mía a partir de las palabras que recuerda de cuando niña de mi abuela, que era de San Sebastián de Garabandal, aunque pasó parte de su vida en Cabuérniga. Puede que el significado de mi abuela, que es el de mi tío, sea un arcaísmo. "Sorripiar" se parece a "sorrapear", montañesismo según la RAE, con el significado que tú apuntas.

PrauJochu dijo...

En Mazcuerras "sorrapiar"

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