Esta mañana me he topado con un compañero de frente al doblar una esquina en los pasillos de mi trabajo.
He exclamado: ¡upa!
Y retomando la marcha me he acordado que de pequeño cuando mi madre me cogía en brazos decía uuupa (prolongando la primera letra hasta que me tenía cogido) y añadía lerele, con acento en la segunda vocal, si había motivos para estar contentos. Mi madre es la que lo decía. Yo reía. Si había motivos para estar contentos.
Y yendo de una cosa a otra, recuerdo ahora que un día siendo adolescente estaba con unos amigos de Santander encima de una tubería de hormigón enorme y que yo, sintiendo que me resbalaba, solté eeeepa mientras trataba de recuperar el equilibrio para no caer. Mis amigos rieron y me preguntaron por las vacas.
Otro día, esta vez en el autobús urbano, a la salida de clase, en la facultad, una amiga preguntó al grupo que si íbamos a ir a las ferias, y yo, despistado, le pregunté que si a la de vacas, no porque yo tenga o haya tenido nunca vacas, sino porque estaba empezando a descubrir otro mundo distinto dentro del mío (por mucho que en Colindres fuera a buscar leche a casa de un vecino ganadero o que en Sopeña viviéramos rodeados de ellas, de las pintas, que las tudancas estaban en verano en los puertos, por mucho que las tuviera cerca, decía, no las tenía presentes hasta que comencé a mirar de otra manera, primero adentro y luego a mi alrededor) y me salió así. Me respondieron que no, que a las ferias, las del Sardinero.
¡Ups!, como en los chistes (o cómics, que dicen ahora los castellanófilos).
Y cruzando la semana pasada por mal sitio la cuesta de los toros (que no sé cuál es su nombre oficial) casi me pilla un coche. Silbé aliviado al librar, pero lo hice como lo hace C3PO en La Guerra de las Galaxias.
Y ya lo último, recuerdo el día que encontré, y la extrañeza que me causó (entonces, ahora ya no me parece raro), la canción de "Popeye el Marino Soy" en uno de los volúmenes de música tradicional de Sixto Córdova Oña. No me vi, pero estoy seguro que puse la cara de sorpresa del Capitán Trueno (la del Guerrero del Antifaz es más difícil de remedar por razones obvias) y que me faltó poco para exclamar ¡cáspita, malandrines!
Por cierto, el archivo de este musicólogo se lo llevó la Fundación Botín a su sede de Madrid sin que nadie dijera ni pío.
O píu, que diría, divertido, Dani Estrada, que está en Barcelona, creo, en parte obligado por las presiones sufridas tras publicar su estupendo diccionario castellano / cántabro, el primero hecho con rigor. Y ya lo creo que pagó el hacerlo tan bien. Que dedique Jiménez Losantos un programa entero a machacarte, mina, y sobre todo, más difícil de superar aún, te marca para los restos en una ciudad tan obtusa como Santander, llena a rebosar de hooligans.
De hooligans de los de allá.
Y hasta aquí.
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