viernes, 11 de marzo de 2016

Lo llevo atado al dedo

No soy yo muy de recordatorios, pero voy a hacer una excepción y a contar mi experiencia, menor, en relación con un hecho que ha marcado la historia reciente de nuestro país.

Me refiero al 11 M.

La memoria es colectiva. Otra cosa es cómo se visibiliza. Ayer, a tan solo un día de los mensajes de apoyo enviados a un corrupto, andaban los reyes todo emperifollados por La 2 asistiendo a un concierto en homenaje a las víctimas. Para que te respeten primero te tienes que respetar a ti mismo. Que no sean ellos, sé tú, respétate, haz memoria, me dije.

Y hoy escribo:

En 2011 estaba trabajando en la sede central de la editorial SM en Boadilla del Monte, Madrid. Vivía al sur (vivir al sur suele ser sinónimo en cualquier ciudad de vivir en mal barrio, salvo en Santander), así que me tocaba coger cada mañana el metro, el autobús y a lo último caminar un buen trecho por un páramo (a ojos montañeses) donde pululaban jaurías de perros y bandadas de pájaros de colores, quisiera, huidos.

Esa noche había dormido con el móvil apagado. No tenía fijo. En la misma boca del metro me acordé y lo encendí. Tenía decenas de llamadas sin contestar. A los dos segundos suena: mi amigo y a pocas hermano J.S., asustado. Me lo cuenta rápido todo: bombas, trenes, muertos. Era temprano. No se sabía todavía mucho más. Quiero llamar a mis padres pero nada más colgar ya está sonando el teléfono. Mi hermano, terriblemente asustado. A continuación mis padres. Nos tranquilizamos todos. No se lo digo, pero me meto. No hace falta apagar el móvil porque en 2011 todavía no había cobertura dentro.

Los vagones, las estaciones, todo prácticamente vacío.

Tengo que reconocer que pasé miedo.

Metro, autobús, caminata: llego al trabajo. Es un edificio del arquitecto Álvaro Siza, el de la luz. Todos en el recibidor esperando a ver quién llegaba y quién no.

Transcurridas un par de horas los jefes comienzan a llamar a aquéllos de los que no teníamos noticias.

Llegan malas.

Llamo a amigos.

A José María, teleco que hizo la segunda carrera conmigo, le explotó el tren entrando en la estación.

A Nerea, que ahora está en el Archivo de Simancas, bajando la cuesta de Lavapiés.

Nadie termina la jornada laboral.

Regreso a casa.

Yo creo que me llevó alguien pero no me acuerdo.

Tampoco me acuerdo del día siguiente.

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