viernes, 29 de septiembre de 2017

Campaña contra funcionarios públicos

Recuerdo la primera manifestación espontánea en Madrid tras el atentado del 11M, cuando todos creíamos que había sido ETA porque y por qué no, protegidos, protegidos porque teníamos miedo de otra bomba, y por qué no, por la guardia civil.

Recuerdo salir del garaje con mi familia para ir a comer y a un policía nacional desencajado revisando los bajos de los coches gritándonos que bajáramos y echáramos a correr porque habían puesto una bomba: la que explotó en los ministerios, a escasos metros de nosotros, oscureciéndose el día: se me nubló la vista y perdí el control, me sentí un animal huyendo, ni a mis padres -ni a mi madre gritando- reconocía, ni a mi hermano. Lo peor fue ese envilecimiento al que me vi sometido, esa humillación íntima. No se lo deseo a nadie.

Recuerdo inaugurar porque no íbamos a dejar que los terroristas condicionaran nuestra agenda una exposición en Santoña el día después de un atentado con coche bomba y una víctima mortal, Luis Conde. La desolación absoluta de los militares.

Recuerdo a los guardias civiles del control montado a la entrada de un pueblo en fiestas de Gipuzkoa pocos días antes de que asesinaran a Miguel Ángel Blanco, soportando impertérritos las burlas.

Estos recuerdos forman parte de mi memoria personal.

Espero que lo que viene a continuación no se entienda como un giro retórico.

También recuerdo la paliza de los guardias civiles a un familiar que se resistió a dar los papeles, de los municipales a mi primo cuando era un adolescente en los baños de comisaría, la detención de un amigo en El Sol por decir al paso de una patrulla "mucha policía" y consiguiente paseíllo esposado por el hospital, la paliza a un manifestante en Lavapiés, el montaje a los compañeros de Preguntar no es delito. Por hablar de tiempos recientes. Si me remonto a la dictadura, a la memoria atesorada (no debe ser oro, porque enmohece) por mi familia, la materna (al lado del cuartel, las palizas, los dientes que arrancaban a los gitanos) y la paterna (que vivían frente a los Salesianos cuando era cárcel y sacaban a los presos para tirarlos por el faro, ahora que dicen que no lanzaron a nadie al vacío desde allí), los recuerdos son terribles.

Pero la dictadura terminó (hay quien no está de acuerdo). Las leyes son lo único que tenemos los que no somos ricos (hay quien no está de acuerdo). Sin leyes estaríamos a su merced (hay quien no está de acuerdo). No somos gleba porque somos ciudadanos (hay quien no está de acuerdo). Y quienes defienden las leyes son la guardia civil, la policía nacional, etc., ese es su cometido (hay quien no está de acuerdo).

Queda mucho por corregir: anular juicios políticos, dar sepultura a los asesinados, enjuiciar a los golpistas; estar seguros de que si un policía comete un delito no librará. El estado tiene que verse fortalecido ahí. Por nuestro bien. Tiene que merecer la pena enfrentarse desde el estado a historicismos, etnicismos o amiguismos, tan cálidos.

En definitiva, no creo positiva, mucho menos justa, la campaña de desprestigio que se está moviendo sobre todo en redes, también en Cantabria, contra la guardia civil, la policía, etc., como si fueran poco menos que asesinos, así, en general. El uniforme se está convirtiendo en un sambenito. Supongo que esta campaña de acoso y derribo arrecie en los próximos días. Yo ya he declarado lo mucho que les debo. Pero siendo mucho, o precisamente por ser tanto, todavía es más lo que espero de ellos.

3 comentarios:

Serrón dijo...

"En directe: Catalunya vota multitudinàriament i en pau, excepte allà on apareix la policia espanyola" publica VilaWeb. Seguro que las habrá más torticeras, pero yo creo que esta noticia merece estar en el top ten.

Anónimo dijo...

El disentimiento viene, querido, en que sí estamos a su merced, y son las leyes y la interiorización de estas lo que nos impide quitarnos el yugo.
El contrato social quedó chueco: Entregamos/tomaron nuestra libertad, pero pusieron al mismo leviatán a cuidar del rebaño. Y leviatán no se ayuda de perros, se ayuda de lobos, que no están ahí para defenderte a ti y sí para defender el status quo.
Estos días el uso de la violencia está siendo desmedido. No es proporcional, ni tan siquiera reactivo. Y que aquel que tiene el monopolio de la fuerza lo use de manera desmedida hace que la gente racional se preocupe primero, sienta miedo después y del miedo al odio hay medio paso.
Los ejemplos que pones son por un lado los de gente que hace su trabajo, por otro los de delincuentes que deben estar en la cárcel; no son los de superhéroes por un lado y muchachos traviesos por otro.
Y por último, un poco de autoreferencia: pasaba un día por aquí por una calle por donde diez minutos después pasaría una marcha de estudiantes. Estaba tomada por turtugas ninja (que es como aquí se llama a los antidisturbios), con sus armaduras futuristas y los cascos bajo el brazo aún. Sabían que en nada tendrían que actuar, cargar contra estudiantes que marchan por un futuro mejor, porque así es como acaban aquí siempre las marchas, con violencia, la mayoría de las veces provocada por los mismos carabineros. Hablaban y reían. ¡Reían! Y ahí me di cuenta de que estaba rodeado de psicópatas esperando a poder dar rienda suelta a sus instintos. Y, pensé, eso es aplicable a cualquier antidistubio: cómo si no elegir un trabajo en el que sabes que tu día a día está enfocado a abrir la cabeza a otra persona.
En fin, amigo. Abrazo grande y fuerte.
H.

Serrón dijo...

El otro día fui al médico a que me mirara el hombro porque desde el instituto creo tenerlo hundido, el derecho. Un chico tenía la manía de hacer la grapa, de romper vasos de tubo con un golpe del dedo, de apretar no sé dónde hasta que la víctima perdía el conocimiento, etc. Estaba mal de la cabeza. A mí me hizo pinza en el hombro. Pero resulta que no lo tengo hundido. El médico me dijo que lo que estoy es contrahecho, es decir, que me voy de un lado. Yo creo que es por el ratón y por tener la mesa a una altura equivocada durante años. O por ese chico del instituto, que finalmente entró de antidisturbio, como era su sueño. Ahora no sé dónde está. Creo que viajando por el mundo. Lo que sí sé es que ya no es antidisturbio. Se lo quitaron de encima. ¿Por qué? Porque como decía estaba mal de la cabeza. Meter la pata la metemos todos. La clave está en sacarla. En relación con las cargas de Cataluña, sacar la pata no es que se retiren los antidisturbios, que si alguna vez tuvieron sentido es precisamente ahora, sino retirar al que ha metido la pata, si es que finalmente se prueba que alguien ha metido la pata, que todavía está por ver (por ejemplo, Ada Colau diciendo a los medios que los policías han abusado sexualmente de manifestantes durante las cargas sin probarlo es gravísimo).

Abrazo grande a los dos!!!

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