sábado, 16 de septiembre de 2017

Y el aroma del café nos hacía sentir como en casa

El otro día estuve tomando un café con Manuel García Alonso y Ángel de Diego Celis en el centro. De todos los temas que se pusieron encima de la mesa traigo aquí solamente uno, el que más tiene que ver con este blog.

La arquitectura montañesa anterior al s. XV, alineada con la del resto del norte, era de madera, frente a la de Europa del sur, en la que primaba la piedra. De madera no solo por la disponibilidad de la materia prima, sino también por la inmersión de nuestra cultura en el entorno: la casa se renueva como lo hace la naturaleza (en Japón sabido es que hay templos milenarios pese a que la madera con la que están construidos, la madera que da cuerpo al imaginario que representa el templo no tiene más de cien, de ahí que en Japón se proteja ante todo el conocimiento, al artesano capaz de reproducir la cosa antes que a la cosa misma). La edad moderna trajo muchos cambios. No por casualidad se llama moderna. Uno de ellos fue esta sustitución, este paso de la madera (autóctona) a la piedra (moderna). La arquitectura montañesa que conocemos, el estadio más antiguo que somos capaces de reconocer, las llamadas casas góticas o, entre paisanos, bajas, es producto en lo fundamental de estas nuevas coordenadas, lo cual no impide que determinados rasgos autóctonos (en oposición a modernos) se mantuvieran en el tiempo, como lo que aquí hemos venido llamando el cuadru o alma de madera que habita el interior de nuestras casas de piedra.

Lo mejor que se dice de un rey polaco en los albores de la edad moderna, de nombre imposible, es que trajo la piedra a Varsovia. Esta sustitución es uno de los goznes de la nueva era. Hay un hilo que enhebra todas las cuentas del paisaje europeo, roto cuando el piloto anuncia que estamos sobrevolando Pamplona; de inmediato el paisaje cambia y se abre paso el secarral. Cantabria forma parte de la frontera sur del norte.

Cabría determinar el porqué de esta sustitución de una materia por otra, y del ramal, estudiar el nuevo patrón constructivo, sus características, promotores, por qué se impuso, cuál era su meta o modelo ideal, si es que lo tenía, y si lo alcanzó, en cuyo caso habría que preguntarse si lo representa la casa montañesa canónica o no, etc., lo que de alguna manera implicaría saber, aunque solo sea por oposición, cuál es el patrón anterior (que quizá responda no tanto a un esquema impuesto como a unas constantes o modos de hacer), así como los elementos premodernos que incorpora la arquitectura moderna, por qué y de qué modo lo hace, etc., en un contexto noreuropeo.

Y lo más importante, urge localizar y estudiar todas las casas góticas (las que quedan) y conservar ("conservar es intervenir para actualizar", en palabras de Jaime Izquierdo Vallina) las más representativas mediante la elaboración y puesta a disposición pública de manuales procedimientales que faciliten reformas sostenibles (para propietarios y constructoras, en particular las locales de pequeño tamaño) y adquisiciones públicas puntuales (me viene a la cabeza una casa gótica en Ruente impresionante, en ruinas pero impresionante, que hasta hace poco estaba a la venta), además de proteger, llámese BIC o lo que sea, el conocimiento que explica la lógica de las casas, patrimonio inmaterial, puedo asegurar que todavía activo, que hay que cuidar como oro en paño porque es la semilla que permitirá renovarnos.

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