En otras entradas, no en una, en muchas, he insistido en que el género masculino es comparativamente inferior o peor que el femenino: mesa (+) / mesu (-), botella (+) / botellu (-), ventana (+) / ventanu (-), ría (+) / ríu (-), etc. O que el femenino es comparativamente superior, mejor que el masculino, que es otra forma de decirlo. Supongo que pase igual en otras lenguas, aunque quizá no de forma tan acusada. Lo que no sé es el porqué, por qué sucede (o por qué se decide aplicar) esta diferente calidad según el género. Imagino que por practicidad, es decir, por sacar el máximo partido a la lengua: si hay dos géneros (dejo a un lado el neutro de materia para que no nos estalle la cabeza) aprovechémoslo cuanto podamos, cuanto dé de sí para enriquecer el modo como nos relacionamos con el mundo.
Sé que desde fuera es habitual considerar la vida de los pueblos pobre, por extensión también la lengua que se asocia en exclusiva, creo que equivocadamente, a la vida de los pueblos, pero puedo asegurar que no hay nada más lejos de la realidad: la precisión con que se maneja el lenguaje en, por ejemplo, Carmona, es impresionante. Nunca, en ningún sitio mejor. Y, para disipar dudas, he estudiado en cuatro universidades y me he titulado en dos (lo de que he leído poesía, dado el canon actual, no cuenta). O con las paisanas con las que tuvimos la fortuna de poder conversar el fin de semana pasado: la riqueza de su caja de herramientas lingüísticas y la habilidad en su manejo no es que fuera asombroso, porque decirlo así implicaría de alguna manera que no me lo esperaba, y no es el caso, pero sí que fue magistral. Pobreza la del que no es capaz de apreciarlo, pero nunca la lengua, la vida de nuestros paisanos.
[Nota al margen: nos extinguimos, y me incluyo, no porque hayamos perdido la capacidad de adaptación, porque no podamos, sino porque no nos dejan, suena duro, lo sé, pero es así, y clausurar el horizonte de futuro, abrir botes de humo desde las instituciones es una forma de impedir que nos adaptemos, quitarnos las ganas de seguir siendo para luego decir que es que no queremos -quién va a subir a Sejos por el camino tradicional, por ejemplo, si el camino tradicional está arrasado, cómo no se va a perder la tradición, que es la liga cultural entre generaciones de los pueblos- y así retirarnos de la lista de problemas, porque una población fuera del estándar y que es consciente de su condición -yendo al otro polo, la población transhumante pasiega es un ejemplo claro de disonancia, todavía no disidencia- representa un problema cierto para las instituciones, instituciones fallidas como las que padecemos; ése y no otro es el problema.]
En fin, convenimos entonces que nuestros paisanos, los que quedan, son tan hábiles lingüísticamente, hecho probado, que exprimen a tope la oportunidad que representa el género más allá de la función estándar.
Pero luego encuentras cosas que te hacen dudar, para bien.
Vale, aceptemos que la diferente calidad que marca el género es fruto de la practicidad (que ya es mucho) y que, por consiguiente, que el femenino sea comparativamente mejor que el masculino es, de alguna manera, casualidad. Podría haber sido al revés y dar igual.
Es entonces cuando nos encontramos con palabras de uso común como el cabuérnigo jembru, "hombre", que está construida a partir de jembra, "hembra". Insisto en que no es una palabra forzada, es de uso habitual, entendiendo habitual, claro, en el contexto de una lengua minorizada que se halla en grave peligro de desaparición.
Jembru, "hombre", de jembra, "mujer". Es que es tan bonito que cuesta creerlo. Pero es cierto.
Llegados a este punto, ¿que el femenino sea comparativamente mejor es de verdad casual? ¿Vamos a creernos que no posee una carga semántica histórica, un sesgo positivo que, a manos de hablantes patrimoniales bien dotados, aflora todavía hoy en sustantivos, en el manejo de los géneros y seguramente en un montón de fenómenos más que se nos escapan? ¿De dónde procede este campo semántico, este sesgo, por qué se ha venido cuidando hasta ahora, por qué decae?
Esta tarde hay convocada una manifestación en Santander en contra de la excarcelación de "la manada". Es una oportunidad inmejorable para seguir siendo lo que somos y, en consecuencia, acudir.
viernes, 22 de junio de 2018
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