Anoche estoy bajando por la Calle Alta y escucho el silbido con el que nos comunicábamos en casa de pequeños. De cuarto a cuarto para comer o cuando teníamos algo que decirnos. Era un chico llamando a su perro suelto. Solo lo había oído en mi casa.
Últimamente nuestras calles están tomadas por los perros. Sus dueños se dirigen a ellos como les sale. Termina siendo, la suya, una relación estrecha. Se oyen palabras cariñosas, silbidos íntimos. Las calles, pasillos de casa.
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