miércoles, 1 de enero de 2014

Una casa menos

De siempre se dijo que el edificio más antiguo de Santander era Pronillo. No lo dudo. Seguro que es el más antiguo, documentado. La historia académica u oficial se rige por unas reglas que dejan mucho fuera del tablero de juego, por ejemplo, todas las construcciones que no cuentan con respaldo documental, que es lo mismo que decir todas las tradicionales.

El oficialismo tiene unas coordenadas. Según estas coordenadas, Pronillo es lo más. Y bien está que se valore. El problema es que para el oficialismo no hay nada más. Y peor aún es que frente al oficialismo no haya un discurso alternativo que haga ver que en Santander contamos con una tradición arquitectónica de carácter popular, una tradición "indocumentada", que no se valora porque ni siquiera se conoce, tradición que estamos perdiendo de forma irremisible. En suma, que ni ellos ven ni nosotros mostramos.

Pronillo viene a demostrar el rancio abolengo de nuestra ciudad. Es un edificio que encaja perfectamente en el imaginario del Santander elitista acuñado por nuestros gallifantes de turno. Ahí está también el Paseo Pereda, donde nunca faltará dinero para una baldosa de mármol, o El Sardinero. Con poco más les basta. Enfrente: San Pedru, Callalta, L´Atalaya, San Simón, San Antón, San Celedoniu, San Martín (el reciente derribo de los talleres de los últimos carpinteros de ribera es comparable en su idiocia al derribo de la lonja racionalista del Barrio Pesquero), etc. A los gallifantes solo les interesa lo que les da la razón. El resto es para ellos invisible. O caquita.

Siempre se dijo que el éxito de los tiempos que corren es que son capaces de asimilar a sus contrarios. Está visto que los gallifantes tienen su rumbo marcado. Hay dos opciones encima de la mesa: o protestar y vernos asimilados (sin que eso suponga cambiar un ápice el rumbo preestablecido) o no hacer nada y desaparecer en la noche. Otra opción más realista, por utópica, sería jugar nosotros a nuestro propio juego, para lo cual primero es necesario desembarazarnos del suyo, poniéndolo en evidencia (y en esas estamos). Vaya este párrafo entre paréntesis.

Leo en la prensa de hoy que van a derribar una casa en Monte. La noticia, aquí. Viendo la foto, creo adivinar una casa llana de partida, que bien pudiera ser del s. XVI (florecimiento del mercado urbano), a la que se sumó una planta más con su correspondiente balcón en el s. XVII (introducción del maíz), balcón que fue sumido junto con el portal de la planta baja en el s. XIX, cuando la casa se convirtió en cuadra (reorientación ganadera). Si lo hiciéramos bien, podríamos leer en esta casa la historia de los últimos cinco siglos de Santander. Pero se trataría de una historia a contrapelo, una historia incómoda tanto para los gallifantes, a los que sobra y basta con una serie de hitos que jalonen su discurso victorioso, como para los historiadores paniaguados que prefieren poder pagar el recibo de la luz gracias a una versión pobre de la realidad, pero bien pagada por los gallifantes, que vivir a la luz pobre de la realidad, demasiado cruda siempre.

Si queremos encontrar nuestra arquitectura más antigua tenemos que mirar no a lo alto en el Paseo Pereda, sino a lo bajo en Cueto, en Monte, en San Román.

Pronillo lo salvó de la piqueta una vecina en los años ochenta. Es una historia larga de contar. Hace poco el régimen lo redescubrió y una arquitecta fiel lo restauró, quedando irreconocible, pero al menos quedó. La casa de Monte, por el contrario, la podemos dar por perdida. Y así estamos. Es uno de los males de nuestro país: ¿por qué hasta lo más lógico tiene que ser tan difícil de explicar, tan difícil de entender?

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