martes, 13 de septiembre de 2016

Cuatro

Hace tiempo un amigo me contó de una familia cabuérniga que ponía monedas de oro al sol en unas muescas abiertas en la baranda del balcón de su casa.

El oro no brilla más por ponerlo al sol. Pero quién sabe. Las anjanas peinan al sol sus cabellos rubios con peines de oro. En gallego poner el oro al sol se dice asollar. Lo hacen as mouras, equivalentes a nuestras moras, que cuidan tesoros subterráneos que sacan al sol a orillas de los ríos.

La familia de las monedas de oro al sol es mi familia. Lo supe hace poco. Las muescas en la baranda del balcón es donde ponemos las pinzas cuando tendemos la ropa.

Dos.

Cuando yo era chaval los de Renedo de Cabuérniga buscaban lanchas a orillas del río que tuvieran agujeros donde simular el coito.

Tres.

Estamos Raquel y yo con un amigo sentados en el bancu del correor de su casa. Comemos cizaña, hierba mala. Se parece a un trébol. El sabor de su tallo es dulzón. Las plantas que están en botes oxidados, como es costumbre, crecen más sanas que las plantadas en macetas. Será por los aportes del óxido, reflexiona nuestro amigo. Raquel y yo venimos de beber la roña que tinta el agua de la antigua fuente Roñosa de Lamiña, casi desaparecida, casi olvidada. Nuestro amigo se entretiene pintando con savia de cizaña una línea de dientes de sierra en la baranda.

Cuatro.

El petroglifo arboriforme rodeado de círculos concéntricos aparecido en San Andrés de Valdelomar dicen los mayores que es para jugar con el agua de lluvia.

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