"Una vez fijados los límites, era preciso colocar los hitos. Estos siempre piedra de grano, llamaban así a las areniscas, escuadradas lo más posible, y con una cruz grabada en su parte superior. Los brazos de la cruz indicarían la posición del hito siguiente, pero esto no era todo: en el hoyo que se hacía para sujetarlo inhiesto debían de colocar debajo tres pedazos pequeños de teja, los testigos, sin cuya presencia el hito no tenía validez."
En Dígotelo yo, que soy campurriano (Cantabria Tradicional, 2007) de Nicanor Gutiérrez Lozano, p. 197.
Recuerdo que hace mil años me interesó mucho el tema de los seles, trabajado entre nosotros por Manuel García Alonso, y que llegué a comentarlo con un profesor de la UC que acabó estudiando los sarobes vascos. Una vez que me lo encontré, pasado ya un tiempo, me dijo: "oye, sí, se han excavado varios austarrias (las piedras cenizales del centro) y debajo han aparecido restos de teja".
Y Nicanor añade: "En una pradera es más difícil comprobar a simple vista, sobre todo cuando la hierba está alta, la ubicación de los hitos, por eso se recurría al sistema de arroyar el prado. Eso consistía en colocar una cuerda bien tensada entre hito e hito y, luego, con un hacha vieja se iba cortando el césped siguiendo su línea y, como a diez centímetros, se hacía otro corte paralelo, levantando con una azada el césped de en medio. Así quedaba un pequeño arroyo en todo el perímetro del prado que evitaba falsas interpretaciones posteriores".
Sobre relugadores montañeses, aquí.
En Cosío me hablaron y vi una carricava, un zanjón enorme que delimita fincas, aunque a mí, sinceramente, me pareció una medida excesiva, aunque solo sea porque la carricava pone fuera de juego un buen pedazo de terreno.
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