Por entonces vivía en Lisboa así que pedí a mi madre que le llevara el libro para que me lo dedicara.
Apareció con una bombona de oxígeno y no pudo estarse mucho. Su anfitrión era un médico que resultó ser padre de un amigo del instituto, pero eso lo supe pasados unos años, comentándole esto mismo a ese amigo, esta vez en Madrid, donde vivíamos ambos, comiendo ensalada. Era verano, también cuando vino José Hierro a Santander, no estoy seguro a dónde, si a la UIMP o a la Facultad de Medicina.
Se acercó mi madre al terminar la conferencia y le pidió que le dedicara el libro al hijo ausente, a mí. Se trataba de Cuaderno de Nueva York en su primera edición.
Le hizo un dibujo.
Es ella.
Todavía se sorprende de cómo se me parece el dibujo, que cómo pudo.
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