jueves, 4 de septiembre de 2014

Patricio Pron, la ficción y el poder, la socialización de herramientas informáticas policiales, las urracas en Cabuérniga, el viejo lenguaje y las manías y los mitos

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"Al fin y al cabo, como toda ficción, no se trata aquí de cómo esa ficción se vincula con la realidad [el autor se refiere a los mapas] sino, más bien, de quién dice que lo que dice es real o no lo es. Visto así, ficción y poder constituyen una unidad (...)" Patricio Pron.

(2)

Hace tiempo comentaba que cuando accedes a determinadas webs te entran gusanos, seguramente policiales, que te chupan todo lo que tengas dentro del ordenador o servidor. Lo sé porque trabajando en la sede central de una editorial abrí la web de un periódico hoy prohibido y vinieron corriendo los de informática a decirme que qué tenía abierto, que había entrado un gusano que estaba chupando todos los archivos de la editorial; todos. Lo habían detectado porque ese mismo día habían implementado un sistema de seguridad potentísimo, acorde con las dimensiones de la empresa. De no haber estado operativo este sistema de seguridad de última generación nadie se habría dado cuenta de la incursión del gusano, de tecnología tan avanzada o más que el sistema de seguridad implementado por la editorial, que lo era y mucho.

Pues bien, hoy he sabido que cuando alguien tiene dinero puede hacer que desaparezca la relación entre su web y otra, la que sea. Ejemplo: yo escribo el lunes una entrada titulada x+1, que es el nombre de, supongamos, una carnicería. El martes la araña de google ya ha detectado la nueva entrada y la incluye entre sus resultados. Entonces, si buscas x+1 aparece la web de la carnicería y mi entrada, la carnicería en la primera página de resultados y mi entrada en la segunda. Pero el miércoles vuelves a buscar x+1 y aparece la web de la carnicería pero no mi entrada, que ha desaparecido de google. ¿Casualidad? Seguramente.

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Un paisano de Saja me decía hace poco que las urracas llegaron a Cabuérniga con la Guerra Civil. A mí de pequeño me enseñaron que solo se espantaban si hacías el gesto de disparar con las manos, mejor con una palo, apuntando.

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"Como en tantas otras ocasiones, Wittgenstein, con la terrible ingenuidad de sus apotegmas, dio en el clavo al protestar contra la arrogancia de sus colegas cuando repudiaban el lenguaje ordinario, denunciando en ese rechazo la ilusión de un lenguaje extraordinario que nadie ha encontrado ni encontrará nunca, porque no tenemos más lenguaje que el ordinario, porque la música o la matemática son lenguaje (es decir, son maravillosos mecanismos del lenguaje), pero no son un lenguaje distinto del lenguaje, ya que no hay para nosotros una alternativa al lenguaje más allá de él, y es sólo en sus márgenes en donde brillan los teoremas y las demostraciones, los ritmos y las armonías.

Pero los filósofos modernos estaban en lo cierto al notar que el lenguaje es el elemento de la confusión y del engaño. Lo que nosotros hemos aprendido entretanto es que también es el elemento del entendimiento y de la certidumbre, y que cualquier intento de librarnos definitivamente de sus peligros es un camino seguro para renunciar a la posibilidad, aunque sea improbable, de encontrar en la intransigencia de sus leyes un lugar, entre el retorcimiento que los hombres imponen a las palabras y la rigidez que las cosas exigen de ellas, para la verdad y para la dignidad."

José Luis Pardo, en "El viejo lenguaje", artículo publicado en el Babelia del 2 de agosto.

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Cuando voy al trabajo tengo que subir un último tramo de escaleras que remata en un peldaño que está pintado de azul y que siempre procuro pisar con el pie derecho. Tengo bastantes manías de este tipo.

Hace poco un arquitecto que estuvo de visita me dijo que esa escalera pintada de azul va contra la norma, que está demasiado pegada a la puerta, que además abre en sentido contrario a la lógica y que es peligrosa, a lo que se suma que está en un alto con barandillas muy bajas.

Me da por pensar que mi cuerpo me ha alertado como ha podido sobre el riesgo potencial que representa esa escalera pintada de azul. El obligarme a pisarla con el pie derecho puede ser fruto de esta alerta inconsciente de mi cuerpo. Es una reacción instintiva. ¿Lo serán todas las manías? ¿Cómo somatiza el cuerpo todos los riesgos que detecta a nuestro alrededor y que nosotros hacemos pasar por cotidianos, como por ejemplo cruzar un paso de peatones o conducir? Toparse con una serpiente produce pánico, o con un lobo, son éstas reacciones incorporadas a nuestra genética (el que no sentía pánico moría, así que solo se reprodujeron los que lo sentían y seguían vivos), pero ¿y conducir o ir en bicicleta por el arcén o subir unas escaleras hechas para descalabrarse? ¿Cuál es la reacción asociada a estos peligros que todavía no han sido asumidos por la genética? Las manías no son reacciones específicas (cuando tu cuerpo presiente al lobo se te erizan los pelos, se dice, no puede haber reacción innata más específica que ésta), sino una categoría de reacciones indefinidas (pisar con el pie derecho, por ejemplo) ante peligros que el cuerpo todavía no ha decodificado (o que nunca lo hará porque no le dará tiempo ante la velocidad del cambio).

Me vienen a la cabeza muchas de nuestras leyendas, como la del Cuélebre de Tresviso, que está en una torca a la que es peligroso acercarse. Es peligroso porque es peligroso, pero la leyenda del Cuélebre te mete el peligro dentro, en la cabeza, para que no te acerques.

Las leyendas, los mitos, son como las manías, pero no instintivas, sino culturales.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Respecto a lo de la serpiente y el lobo, discrepo. Creo que es algo más cultural que físico. Es muy extraño que un lobo ataque a un hombre, pero de todas maneras tenemos pánico a los lobos, que siempre son los malos en los cuentos infantiles. La ofidiofobia funciona tanto con una serpiente venenosa como con una culebra, y eso ocurre en lugares donde nunca han existido serpientes venenosas. Algo tendrá que ver la biblia y su representación de Lucifer como serpiente.
Las manías son manías, y como tales, por definición irracionales y sin explicación alguna. Si la tuvieran, serían otra cosa, no manías.
Más razón tienen el lobo y la serpiente para aterrarse del hombre que al revés. Ya no lo dijo Plauto: El hombre es un hombre para el lobo. Pero quizá debería haberlo dicho.
Abrazos muchos.
Hugo.
PD Me gusta aún más tu blog desde que no lo escribes.

Serrón dijo...

¡Abrazos Hugo!

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