martes, 28 de enero de 2020

Cotos

La profesión de enfermera despertaba muchos recelos en los primeros años, sobre todo en Santander, donde las niñas bien veían con malos ojos a las hijas del pueblo que necesitaban trabajar para vivir. No digo de lo que se las acusaba pero os podéis imaginar. Por fortuna estos prejuicios están más que superados.

Durante los últimos años del franquismo hubo una masa de mujeres de mediana edad que entró a tropel en la administración pública para cumplir funciones sobre todo administrativas. Son las que se están jubilando ahora. Reconozco dos perfiles. Las que son parientes en algún grado de alguien con mano dentro, la mayoría, y las que no.

El hospital tiene, digamos, una puerta trasera que en hora punta se llena de coches de gama alta conducidos por hombres de los que se apean mujeres que apenas tienen que recorrer unos metros para entrar. Ni se miran al bajar. Pero hay otros coches peores que se paran más arriba. Esos coches siguen por la cuesta de los toros, no entran. Las mujeres que bajan de estos últimos recorren el trayecto andando, haga sol o llueva. Tampoco se miran al bajar, eso no cambia.

Imaginaos quiénes son las unas y las otras.

Las que medran y las que no.

Ayer me encontré a mi tía cargando con un edredón metido en un carrito de la compra por Floranes. Iba por primera vez a una lavandería de autoservicio. La acompañé. Son treinta minutos en agua templada y otros quince de secado. Mientras esperábamos me estuvo hablando de los antiguos pozos que había en Sopeña. Ella iba a uno que había donde La Llosa, por donde Nel el Ciegu, que tengo mis dudas sobre si era el padre de Manuel Llano. A Jongaya iban las criadas de los señores. Era la fuente de postín. Yo creo que el pueblo no iba a esta fuente no por respeto sino por desdén.

Fíjate cómo sería que entre ellos se trataban de señoritas y señoritos yo creo que para que nosotros hiciéramos igual y les aplicáramos el mismo tratamiento, me dice. Pero a cuento de qué lo íbamos a hacer. Todavía hay nietos que se refieren a sus abuelos como don tal y don cual con la misma intención, aclara y con razón.

Todo va de la mano. La posición, el coche, la carretera reservada para vehículos autorizados.

Cedemos espacios. Los cedemos en muchas ocasiones por vergüenza ajena al menos en una primera fase en la que somos conscientes de lo que está pasando. Pero los cedemos. Léase espacios físicos o simbólicos, resortes de poder o puestos de trabajo. Y ellos se creen que se los merecen. Que se los cedamos, que nos apartemos aunque sea por desdén, ellos lo toman como aval no de la concesión, que no la necesitan, sino del merecimiento. Son suyos porque se los merecen y nosotros no. Éste, ése y aquél. Al final acabamos todos creyendo que es así. Y los que no, problemas.

Bueno, dada nuestra condición, problemas íbamos a tener de todos modos.

2 comentarios:

Serrón dijo...

Mi tía tiene 85 años.

Serrón dijo...

En el último párrafo hay cierta confusión. Confusión que no sé resolver. Es como si diera por hecho que hay cosas que ellos, los malos, se apropian. ¿Pero de dónde vienen esas cosas? En el texto doy por hecho que esas cosas se hacen entre todos y que son unos pocos los que se las arrebatan al común. Implica una concepción de las sociedades tradicionales igualitaria que no sé si responde a la realidad. Pero que así ha pasado es seguro, por ejemplo con el monte comunal y está pasando hoy con la lera de Cabuérniga, sometidos ambos, monte comunal y lera, entonces como hoy, a un intenso proceso de privatización que tengo yo por ilegal, aunque consentido. Que esto pasa así incluso hoy mismo, decía, es cosa segura. Pero seguro también que puede pasar de otro modo.

La toma de Jongaya fue la de algo, la fuente, que era de todos. Es que dicho así, en crudo, cuesta creerlo, por duro, pero fue así como ocurrió. No obstante conviene no perder la perspectiva: también puede ser de otros modos. Puede que no todo el mundo ceda por vergüenza ajena, puede que haya violencia de por medio, explícita o no, puede que se esté en una sociedad ya imbuida de señoritismo en que lo bueno ya se sepa de antemano para quién es o que incluso los de siempre se preocupen de hacer lo bueno para ellos, sin que quepa siquiera la posibilidad de que no sea para ellos, entre otras cosas porque puede haber llegado el punto en que si no es para ellos no se hace.

El resultado, en cualquier caso, siempre es el mismo.

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