Casa rica
"Rodea al edificio un bellísimo parque, en cuyo centro, un surtidor riega con su fina lluvia las macetas de lozanas y delicadas flores.
Al fondo del parque, nace una escalinata de piedra, en cuyo peldaño último está cimentada la arquería, de mano maestra cincelada, cuyo remate sirve de base a la abrigada solana, que apoya uno de sus extremos en la blasonada torre. Al fondo de la arquería, una ferrada puerta que da paso a un amplio vestíbulo de artístico cancel, tras del cual arranca una descansada escalera, terminando en un ancho corredor que corta de través todo el piso, donde nos hallamos frente a una puerta entreabierta que vamos a franquear, porque importa allí nuestra presencia.
Nos encontramos en una gran sala, que está iluminada por artística araña de bronce, cuyas bujías eléctricas filtran su luz a través de una finísima pantalla, dando a las blancas paredes una suave entonación rosa. Un piano coronado de dos preciosos búcaros, duerme cerrado en un ángulo del salón; y ocupa uno de los testeros una consola, que sostiene dos violeteros y algunos retratos con marcos de plata repujada y un espejo de grandes dimensiones y biselada luna. Un precioso velador en el centro del salón y hasta una docena de butacas, con blancas fundas de hilo, completan el mueblaje de la salona.
Vibraron, turbando el silencio sepulcral que allí reinaba, nueve sonoros y pausados golpes en el reloj, distrayendo momentáneamente a los cuatro personajes que, a la sazón, se hallaban en torno del velador."
Neluca (B. Hernández y Hno. Ribera, 1924) de Manuel G. Villegas, pp. 7-8.
Casa pobre
"Empujó Nela la entornada puerta y se encontró en el oscuro zaguán de la sucia y destartalada casa de la Nuética.
Desde él arrancaba la desvencijada escalera, de tramos estrechos, negros y empinados que llevaban al piso, ocupado todo él por la única sala, con las paredes y vigas ennegrecidas por el humo. A la derecha de aquella sala, hay dos camas de antigua traza, cuya vieja madera, atarazada a trechos por la polilla, había recibido ya del humo la primera mano de un barniz negruzco. Sendos y tísicos jergones de paja en aquellas camas; cuatro sábanas limpias como un sol; dos colchas de percalina que aunque gastadas y descoloridas, estaban también limpias; una silla entre las dos camas, con sobra de años y falta de respaldo, a guisa de mesita de noche; una mesa en la pared frontera de la sala, cubierta con un tapete de flecos, sobre la cual se veía un espejo y que servía de tocador; dos cromos religiosos, pegados con pan mascado en la pared, a ambos lados del espejo, era todo y solo el ajuar de aquella parte de la sala, donde claramente se veía que la pobreza era su más absoluta dueña.
A la izquierda de la misma sala, unas losas en el suelo servían de fogón en el rincón que hacía de cocina, y arrimado al fuego, hervía a borbotones un puchero de barro que miraban atenta y silenciosamente la Lumiaga y su tía, sentadas en dos poyos laterales y una enfrente de la otra. Unas trébedes colgadas de una alcayata en la pared, media docena de enseres desparramados acá y allá, y alumbrando la escena un candil de hierro, de moribunda luz, completaban el segundo departamento de aquella mísera mansión.
Entre ambos departamentos y frente a aquella mesa con honores de tocador, se abre una puerta que da al balcón por donde la luz y el aire penetran en aquel tugurio.
Después que Neluca, aunque a obscuras, hubo subido con seguro paso los estrechos peldaños, llegó a la sala y se fue directamente a la cocina, donde después de dar las buenas noches posó en el suelo la herrada [de agua] que llevaba en la cabeza."
De Neluca..., pp. 47-49.
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