lunes, 24 de mayo de 2021

La jaula

Ayer fue su cumpleaños y bajamos a la alameda a vernos. Se nos hizo de noche. Cantaba un miruellu, que canta de noche para que se le oiga, por el ruido, no porque sea ave nocturna. Estábamos Raquel y yo y él con mi madre. Nos dijo que el malvís es distinto, que es jaspeado. Al mirlo no le conoce, no sabe qué pájaro es. 

De pequeño iba a nidos. Miraba a contraluz y si el huevo era reciente lo cogía, le hacía dos agujeros con una aguja y soplaba hasta vaciarlo. Lo llama huerar los huevos.

Los pájaros tardan veintiún días en nacer.

Cada verano se hacía una colección. Solo un huevo por especie. Los del miruellu duda si eran azules o verdes con pintas rojas. Ciertamente se trata de un color indefinido. Supongo que él ya haya perdido los códigos culturales que hacen ver uno u otro, o uno distinto al azul o verde, o quizá es que efectivamente sea un color sin definir.

No se atreve a decirlo pero él si algún día

el jilguero es su pájaro preferido

si algún día

y no sé si lo que quiere decir es que le gustaría tener uno, consciente que son demasiados años, o si que cuando muera le gustaría convertirse en un jilguero

como a mi madre

que prefiere el gorrión

y que sus cenizas las echemos en Peña Sagra

siempre tuvimos jilgueros que nos regalaba un tío que los cazaba pasones en El Turujal, que venían de más al norte, más grandes que los cántabros, que son como víboras, pequeños y más fuertes, con más brío

las truchas de río se retuercen cuando los fríes como víboras, muy sabrosas

recuerda mi madre

mi tío las cogía a mano

mi tío cogía los nidos y los metía en una jaula que colgaba en el balcón de la casa de Sopeña, en verano

donde las muescas donde poníamos las pinzas pero que de antiguo era donde se ponían las monedas de oro de los indianos al sol para que no perdieran su brillo

aunque el oro no pierda el brillo

en el balcón, en una jaula, el nido

para que los padres los criaran entre los barrotes.

Luego se iban y mi tío repartía los jilgueros entre los amigos o la familia o los vendía y él se quedaba un par de ellos para el balcón de Santander.

Si algún día mi padre 

se atreviera.

No hay comentarios:

Archivu del blog