Subiendo a pie a casa del vecino nos topamos con un mastín suelto que dejó pasar al primero pero no a mí: me gruñó y al hacer yo el amago de continuar arremetió contra mí, deteniéndose con la cabeza pegada a mi pierna, echando baba por los belfos. Dudé y es cuando me mordió el pie.
Bueno, la bota.
Dejémoslo en que me marcó.
Me marcó como queriendo decir: sé que no eres de aquí.
Bien, pero tú solo eres un perro.
En situaciones así no suelo tener miedo.
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