La exposición es sencilla, escueta y directa.
Se ve que ha habido interés en mostrar piezas llamativas (eso ya está pasado de moda) pero por suerte el discurso, muy bien armado, no depende de ellas.
Nada malo o muy malo que decir, o sea, bien. Pero solo hasta que apareció en redes el mensajito (a estas alturas inevitable) de Zuloaga, que empieza así: "Recuperamos la memoria y la voz de aquellos a los que se la arrebataron".
El planteamiento de los comisarios (por cierto, se echan de menos los créditos) no creo que haya sido ponerse a favor de unos o de otros, sino explicar algo de forma equilibrada, lo que implica incluir material republicano, sí, por supuesto, y muy potente, pero también franquista, como es lógico, y hacerlo en pie de igualdad, que ese y no otro es el mérito de la exposición, la imparcialidad. No creo, decía, que el objetivo haya sido recuperar la memoria de solo una parte.
Sí, dirán algunos, porque de la memoria franquista estamos saturados. No, respondo, porque no podemos querer hacer lo mismo pero del otro lado, aunque solo sea porque todos saldríamos perdiendo, lo primero, y en segundo lugar porque los franquistas también tienen derecho a una memoria limpia que se aleje de la propaganda, la suya, su propia propaganda pero no por ello menos dañina, sobre todo para ellos, aunque suene paradójico, porque es a ellos a quienes iba dirigida (esa gente defendiendo el bombardeo de Santander el día de Navidad de 1936 da pena).
Más adelante Zuloaga añade que esta exposición ha sido posible gracias a la Ley de Memoria Histórica. Suena fatal. Me parece sencillamente mentira. Es lo mejor, que lo sea. De lo contrarío nos situaría en una posición muy fea. Lo que quizá sí emane de esta Ley sea su discurso, un discurso que permite ser reducido a dos frases, las que caben en un tuit, un discurso negativo, negativo porque resta, que seguro no es el mismo que el de la expo, aunque él trate de hacer ver que sí.
Zuloaga, asesórate mejor. Ayer estuviste rodeado de buena gente. Sé listo y aprovéchate.
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