Mi abuelo murió de cáncer pidiendo que le dejaran subir a Rulín, que si pudiera beber de sus aguas, sanaría.
El primer marido de mi abuela murió de neumonía. El médico le dio nueve días de vida, y los cumplió. No le faltó en ninguno agua de Bustillu, al lado del invernal de La Casa Vieja, que bebió infructuosamente.
Mi abuela estuvo yendo con el botijo a La Casa Vieja cada día. Una mañana el ruido que hacía el viento al entrar en el botijo vacío - debía ser uno de esos días de nubes altas - le hizo creer que sobrevolaban aviones, arrojándose cada vez a la cuneta para que no la ametrallasen o tirasen una bomba, tal era su miedo.
Mi abuelo, su segundo marido, sabía de su miedo y la quería, por eso pedía subir él a la fuente, infructuosamente.
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