Los sarobes presentan (reduciéndolos a un esquema) una piedra en el centro que llaman haustarria o piedra cenizal. Los seles no, supuestamente (lo digo porque por ejemplo el sel que remata El Castru de Sopeña de Cabérniga la tiene, y labrada). Bajo estas piedras cenizales suelen hallarse, además de tizones, restos de teja cuya interpretación todavía se discute.
Respecto a los tizones, en otras ocasiones hemos visto que los vaqueros prendían hogueras en los chozos o tesnas para "cerrar el círculo", para acotar el terreno donde pasar la noche, donde recoger o acurriar al ganado. Las piedras cenizales vascas servirían para lo mismo. Nosotros no tendríamos un lugar preestablecido mientras que los vascos sí, esa sería la única diferencia.
Respecto a las tejas, transcribo testimonio de vecino de Campoo de Suso, frontero con Cabuérniga:
"Por esta causa [conflictos motivados por el corrimiento de hitos] vino la costumbre luego fijada en las correspondientes Ordenanzas, de establecer las características que un hito debía tener: siempre será de piedra de grano (arenisca), con una cruz grabada por encima indicando las direcciones de las cuatro esquinas de la finca, si coincidía con una de ellas, o una simple raya si indicaba continuidad. Aunque, para mayor fijeza, sobre todo en los prados, se arroyaban (quitar el céspede o tepe formando un diminuto arroyo entre hito e hito) a golpe de azadón o de un hacha vieja, para que no hubiese ningún tipo de dudas, previa colocación de una cuerda bien tensada.
Al cavar el hoyo para meter la piedra que iba a hacer de hito, había que colocar en el fondo tres pedazos de teja, los testigos que se llamaban. Con ello se intentaba dar al hito la mayor consistencia posible y fijeza para evitar las artimañas de los aprovechados.
De su eficiencia soy testigo. En una ocasión surgió una disputa por una delimitación entre el terreno del ayuntamiento, en el monte de Fuentes, y la finca llamada de La Pila, propiedad particular. No había dudas, pero el propietario de la finca había movido los hitos de una zona, intentando con ello apoderarse de la única fuente del contorno, que está casi en el límite. [...] [N]o contó con la sagacidad de los viejos campurrianos que, desde siglos atrás [...], establecieron la costumbre de todos los años correr los hitos [corré-los jisos en Cabuérniga] o sea, comprobar si estaban en su sitio.
Esta operación consistía en ir, cuando el tiempo lo permitía, los más viejos del lugar, todavía en activo, y los niños ya mocetes, a recorrer los hitos. Con ello se establecía una tradición oral y un convencimiento pleno por la vista, comprobación que llamaban en las antiguas Chancillerías Las Vistas de Ojos. Luego se levantaba acta. Todavía hay numerosas en las Casas de Concejo, con una meticulosidad extraordinaria. Por ejemplo, el hito de Vocedrún (por citar uno, ya que todos solían tener nombre propio) está a doscientos pasos del de Los Trillos, en dirección a Regañón, sobre una piedra hincada (jincá, leerían) o una piedra nacediza (llamaban así a las piedras fijadas allí, de manera estable, por la misma naturaleza), al pie de un acebo, o al pie de tres piedras picudas de caliza, a lo mejor encima de un sendero, en medio de una braña, etc. Con ello se intentaba disipar cualquier duda sobre sus características principales. Luego, aquel acta, firmada por todos los vecinos mayores de edad presentes, se guardaba en el arca archivo con los demás papeles del Concejo.
Conociendo esta costumbre, recurrimos a los viejos papeles y, con ellos en la mano, nos fuimos para allá una comisión de concejales, hombres de edad, el interfecto y el alcalde. Empezamos el deslinde y con la lectura de los papeles todo iba sobre ruedas. Los hitos iban apareciendo, a pesar de que en muchos casos estaban entre la maleza, hasta llegar a la zona conflictiva, donde no salían las cuentas ni por casualidad. Venga a dar vueltas al tema estábamos cuando uno de los concejales me hizo ver que, en un sitio determinado, amarilleaba la hierba demasiado. Nos acercamos allá y, con mucho cuidado, fuimos observando el césped, descubriendo que se trataba de una tapa cuidadosamente recortada. La levantamos, quitamos un poco de tierra que ya se veía removida y en el fondo encontramos las tres tejas testigos. [...] Con ello se acabó el deslinde."
De Recuerdos de mi tierra campurriana (Cantabria Tradicional, 2000) de Nicanor Gutiérrez Lozano, pp. 45-46.
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