"Un campurriano, al día siguiente de su boda, cogía su hacha y su azuela de peto, esas de doble corte, y se marchaba al bosque para buscar un árbol con el diámetro preciso, entre ochenta y noventa centímetros, para hacer la artesa de amasar el pan.
Pensemos por un momento el trabajo que suponía tirar el árbol a golpe de hacha, luego labrarlo hasta dejar una especie de tablón de cuarenta centímetros de grueso, que luego se iba ahuecando a golpes de hacha y azuela, ya que el artilugio tenía que salir de una sola pieza, en una madera tan dura como es el roble.
No es que se llegase a terminar del todo en el monte, luego, ya en casa, sería pulida, abombando ligeramente el suelo, así como los dos extremos, que se dejaban más recios para evitar que al secarse la madera se agrietase.
Con los trozos grandes resultantes al efectuar el ahuecado se harían tajos y tajas para sentarse en torno a la lumbre. Las tajas eran, simplemente, unas maderas igualadas a hacha, con cuatro agujeros para insertar unos recios pinotes que le servían de patas, con una altura de treinta centímetros. Los tajos ya tenían más altura, sobre los cincuenta centímetros, cepilladas las maderas y con algún adorno adosado de otras maderas en forma de listones; las patas ya no eran de pinotes sino dos tablas cortadas en forma de uve por la parte inferior."
De Recuerdos de mi tierra campurriana (Cantabria Tradicional, 2000) de Nicanor Gutiérrez Lozano, p. 69.
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