Me lo dice tomando un café en una terraza que ocupa un pequeño parque público del centro, en San José, bajo unos árboles que no conozco, distintos todos y a ninguno, y un revuelo de gorriones, a éstos sí, aunque no cuáles macho y cuáles hembra, el oscuro y menudo macho y el ahuecado y pálido hembra pero no me atrevería a asegurarlo: pudiera ser que arce el que nos da sombra a ratos hoy que el sol parpadea, el café a sorbos, no necesariamente cuando luce, el sol que nos refleja en los ojos, claros los de los dos, ni cuando no y se nos estrecha el día, entra el frío y me dice que este fin de semana estuvieron asando castañas de las congeladas, de las del castaño que hubo que talar porque tiraba los erizos sin que lo de dentro estuviera maduro, que para unas pocas había que coger muchas.
La tierra está enferma por algún árbol que también lo está, les dijo un vecino que sabe, y fue la sentencia del castaño.
Ha salido un nuevo castaño pero al lado de la pared de Mariuca así que habrá que talarlo, no sea que la tire.
Compartimos las galletas del café con los gorriones que suben a nuestra mesa de plástico.
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