viernes, 5 de septiembre de 2025

La señora del balcón

Fuimos a hacer unas gestiones a la residencia de Terán y como íbamos un poco apurados de tiempo antes de subir al coche quisimos acercamos solo un momento a la portilla de la mies, la del riachuelo con el pequeño puente al que asoman las flores de la huerta de al lado, para mirar.

Sorprendimos a una abeja que dejó cimbreando una flor de tallo largo.

De vuelta nos detuvimos ante una casa con un cordón tallado todo a lo largo del balcón, un cordón cuyo sentido va alternando, como sabemos que gusta a los montañeses, que el sentido del cordón vaya cambiando:


Estaba la vecina asomada. Le preguntamos por una vaca sin cuerno que habíamos visto antes y nos dijo que esperásemos. Entró y salió colocándose un audífono.

Abora.

Nosotros ya preocupados por el tiempo. Solo era para preguntarle por el nombre de la vaca a la que le falta un cuerno. Nos lo dijo, aquí, y añadió que ella era del Valle de Tudanca (sic) y que cuando allí no habían llegado las pintas a Cabuérniga sí. A las primeras que llegaron se les cortaba los cuernos para que no se hicieran daño.

Porque las pintas no suben a los puertos, ¿verdad?, preguntamos.

Se quedan en el establu, sí. Se hizo el silencio de cuando estás por el monte y de repente te encuentras dentro de una antigua finca abandonada, los árboles que han tomado los bordes pero no el corazón. Sopesamos si teníamos algo más que decirnos. Ella también. A mi pueblu llegaron cuando me casé yo, añade al tiempo que hace como que desenreda las cuerdas del tendal. Parece estar afinando un instrumento. En los extremos, pájaros de madera. Nosotros vamos retrocediendo como quien canta un estribillo. Pero la señora del balcón insiste:

Subió una vez mi maridu con unu de los hijos que se bía compráu cochi y le dio una taleguca al nietu con sal. Le dijo, diz: ¿Veis aquellas piedras? Pues camina y echa la sal asina por cima. Pero vei rápidu, le advierte, porque las vacas irán a tu escontra. El críu echó a andar cona taleguca de sal a cuestas y en esto que las vacas le vein y empienzan a siguile. El críu apreta el pasu, las vacas detrás y él ya que echa a correr pa que no le agarren. De tantu que les gusta.

(risas)

Les gusta la sal porque necesitan endurecer la lengua y el cielu del paladar, aclara. Se comprende que la herba de los puertos es más duru que la de aquí abaju, por eso se les da sal.

Sigue sonando la música de las cuerdas.

¿Vosotros héis vistu llorar a una vaca?, pregunta.

(silencio)

Yo sí, afirma.

Juei aquí riba, nesi colláu. Le preguntamos por los nombres: Zarcillu, La Piedra, por tóu allá, resuelve sin concretar el lugar, y hace así con la mano, como quien cede el paso a alguien con quien no apetece detenerse. Raquel y yo hemos estado en todos los sitios que nombra. En cuantas la llevaron allá subí a veela. La vaca duenda es la de casa, la que se utiliza pa trabajar. Comi a la manu si quieres. Se llamaba Tasuga, aquella. Y yo la llamaba: Tasuga (y pone voz de niña), Tasuga, ven, ven. A la Tasuga le caían unas glárimas pola cara asina.

 Y levanta las manos del tendal y cierra los puños.

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