Todo proyecto tiene sus flecos. Sería injusto aprovecharme de ellos. Ningún proyecto que se emprenda está libre de errores. El problema (el mío) es que no son los errores de este proyecto lo que me molesta.
Todo empieza cuando Mónica Álvarez Careaga presenta al Alcalde el proyecto de Candidatura a Capital Europea de la Cultura. El Alcalde acepta, pero le da un codazo a Mónica para entregar el proyecto a Rafael Doctor, ignoro los motivos. El proyecto naufraga en la primera ronda. Estoy convencido de que Mónica lo hubiera gestionado mejor. Capaz es. Pero tampoco perdimos tanto. Que se lo digan a los donostiarras, que todavía están braceando, a ver cómo salen de ésta. Hasta aquí bien: perdimos, pero gracias a Rafael Doctor todavía no sabemos muy bien el qué. La honrilla para quien la necesite.
Las cosas no comienzan a tomar un cariz preocupante hasta que se crea una fundación que en lugar de potenciar la participación ciudadana, como se suponía, se dedica a privatizar el presupuesto de cultura del ayuntamiento.
Me explico. Lo ideal hubiera sido: con la Candidatura el foco de atención se posa en la cultura, así que aprovechamos para implicar a la gente en la gestión de las actividades culturales organizadas por el ayuntamiento, lo que pasa por permitir a los ciudadanos gestionar los presupuestos de la concejaía de cultura (a fin de cuentas de cultura no muere nadie, así que por qué no probar con los presupuestos de cultura qué tal se nos da éso de la política en primera persona). Hay iniciativas parecidas en España, sin ir más lejos en alguna de las ciudades que también competían por la Candidatura a Capital Europea de la Cultura, por ejemplo Córdoba, y de las que creo se tomó la idea. Una idea con resonancias fantásticas. Bendita Candidatura si hubiera servido para éso.
Pero en éstas que llega el Banco Santander y dice que para recabar su apoyo, que se estima fundamental, hay que crear una fundación y echar el candado. Los presupuestos de cultura del ayuntamiento, lejos de abrirse, se enclaustran. Lo que empezó siendo una idea ilusionante pasa a ser una realidad ofensiva. Lo que empezó siendo una idea bonita acabó sirviendo de palanca para que entraran los ladrones a casa. Salva la situación el director de la Fundación Santander Creativa, Marcos Díez Manrique, una persona diez. Gracias a él no hablamos de humillación.
Hasta aquí, claro. Damos un salto:
Como ya he explicado en otras entradas, Botín ha echado el ojo al mercado norteamericano y se ha dado cuenta, listo que es, que la educación es una puerta de entrada franca en ese país (las universidades además de minas de clientes son sobre todo fuentes de prestigio), de ahí Universia, de ahí la nueva plataforma de e-learning que ha presentado esta semana, de ahí el apoyo reciente a la Fundación Comillas, que ha dejado en la recámara, para cuando le haga falta, etc. Necesitaba una nave nodriza. Un cuerpo que encarnara la idea. El Centro Botín lo es. No está hecho para los ciudadanos, sino para él. Los ciudadanos somos atrezzo. Si nos queremos convencer de la película que nos ha contado para justificar su proyecto, bien, y si no, peor para nosotros.
Retomamos el hilo:
El Centro Botín es un proyecto mal encaminado. ¿Qué entiendo por mal camino? El tutelaje, el paternalismo. No es exactamente antidemocrático, pero lo que es seguro es que no es ésta, la que puntúa la aceptación acrítica, la democracia que necesitamos. El Centro Botín nos está haciendo mucho daño. Estamos perdiendo incluso la noción de lo que estamos perdiendo. Lo que estamos perdiendo, o que nos están quitando, es precisamente lo que nos hace saber qué nos están arrebatando: la ciudadanía.
De éso estamos hablando. Que los árboles que iban a plantar en los Jardines se hayan quedado en míseras plantitas de boj, si me apuráis, me importa un comino. Que nos hayan engañado con la escala del edificio. Que llenen los jardines con pozos "artísticos" (el arte no está obligado a cumplir la normativa de seguridad) de una amiga de la hija, que es además asesora como supimos gracias a un vergonzoso reportaje publicado en el XL Semanal (la familia Botín decidiendo qué hacer con nuestros jardines en el estudio del arquitecto sin que se viera ni de refilón a ningún representante de Santander). Me importa relativamente poco todo éso. Lo que más me importa es quién es él, Botín, para decidir si una cosa u otra, si boj u ortiga, si en alto para que se vea la bahía (esta solución tan cutre no se le ocurre ni a un estudiante de primero de Arquitectura) o para alcanzar la altura de las copas de los árboles (es una pena que esta idea, comparativamente más potente que la anterior, no se le haya ocurrido al arquitecto), etc., es ésto lo preocupante, quién es él para decidir nada (acertada o equivocadamente) sin contar siquiera con nuestro Alcalde, que por lejos que esté de mí no deja de representarme.
El Centro Botín representa el triunfo de un modelo basado en el tutelaje fiero. La Corporación, 1 - Ciudadanía, 0.
Dicho todo lo cual, procuraré no hacer sangre con lo que vaya viendo porque, total, para qué. Errores va a haber seguro. Pero en el Centro Botín como en mi casa o en mi trabajo. Si alguna vez los trato tened en cuenta que lo hago en su calidad de puntas de iceberg. Mi crítica al Centro Botín ha quedado plasmada en los párrafos anteriores. Todo lo demás es anécdota.
Y por cierto, ya que está en marcha, espero que el proyecto concluya bien, no lo digo con segundas.