Era un rastro. Había de todo, también libros. Cogimos uno de Francisco Ayala en una edición pobre de los exiliados pobres, ondulado por la humedad, otro de un autor colombiano publicado en una colección de novela sudamericana que me ponderaron en una librería especializada de Madrid y una de las primeras novelas de José María Guelbenzu con las tapas negras y su nombre y el título que no recuerdo en blanco.
Dejamos los dos volúmenes de Antonio B. "El Rojo" de Ramiro Pinilla en su primera edición y otra primera de Los torvos y fieros motivos de "El Cariñoso" de Isidro Cicero. Se lo dijimos al dueño a la hora de pagar, poco, apenas unas monedas: estos libros que dejamos son buenos, ponlos aparte, pide más.
Llevaba un salacot a la cabeza. Vestía bien, de color claro. La cara la tenía chupada, como de haber estado metido en la droga, no sé ahora.
Nos dio las gracias y trabamos conversación.
De Santander.
Sí, quedaron pocos.
Sí, había muchos pero los mataron o acabaron en el exilio, sí.
Hoy no, hoy apenas hay, sí.
En Santoña da miedo, sí.
No, gracias, es que llevamos prisa ya, se nos ha echado la noche encima y mañana madrugamos. Otro día.
Es que tengo la merienda aquí, nos dice, abre una cortina y nos muestra una mesa baja que me pareció el armazón de una bobina gigante con comida y muchas banquetas alrededor, tengo la merienda preparada y es que todavía no ha llegado nadie, nos dice y nosotros nos vamos, adiós, otro día, tenemos que irnos.
A cada poco hay una farola que dibuja un cono de luz en la noche. Pasamos de uno a otro hasta alcanzar el coche, entramos y nos ponemos en camino.
1 comentario:
Lo había titulado "el cumpleaños" pero en realidad no sé si era su cumpleaños o no.
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