El día se está ennegreciendo.
He madrugado para ir a la biblioteca de la UC. De la calle del Sol, donde vivo, hasta Los Castros, donde está el Inter, he visto de todo: a un gato asomando por un ventanuco, unos azulejos antiguos preciosos pegados en la medianera de una casa que colinda con un solar, una señora con bata de guatiné azul en un balcón del mismo color lleno de tiestos y con un perro de aguas asomando por el hueco de la baranda, la zanja de una obra con la tierra de origen, tierra virgen, asomando, redes azules protegiendo una huerta de los pájaros, una bandada de gorriones al corso...
De vuelta al barrio, me he tomado un café en el bar al que van los vecinos. Es muy distinto a los bares a los que van los que dicen (decimos) la calle del Sol. En este bar, el barrio es todavía el del Carmen. El ambiente es siempre duro, es mejor no esperar nada distinto a lo habitual. Aun así, suelo encontrarme a gusto, aunque no es el mejor sitio para leer, que es lo que suelo hacer cuando voy solo a un bar y pido un café.
Un café, Emilio. La chica de al lado lleva puesto un plumífero que atufa a alcanfor. El olor me impide ensimismarme y no me queda más remedio que fijarme en: las expresiones giradas que produce el hambre. Esa pareja, por favor, está que se cae. Me empiezo a apenar y me voy. Hoy no tengo cuerpo. Y eso que había empezado bien el día.
Me acerco al súper. Hay varios. Voy al barato, claro. Hago un poco de compra y a la salida veo que una madre con su hijo de no más de diez años le da un brick de gazpacho (mi primera vez fue a los 22 años, en una fiesta que mis compañeros de piso catalanes organizaron para que lo probáramos mis compañeros angoleños y yo) a una señora con aspecto harapiento que está sentada en un banco a pocos pasos del súper. La señora pregunta a la madre: "¿pero es pa comelu?", literal. Ahora sí que sí, la tristeza me ha alcanzado de lleno.
Han pasado varias horas desde que escribí lo anterior. Voy a contarte algo solo a ti, ahora que los agregadores ya han archivado la primera versión de esta entrada y nadie más va a leer ésto: acabo de echar unos maicitos a mi balcón, y los he pisado. No han tardado en llegar los gorriones a llevarse los cachos. Hay uno que los está comienzo en mi balcón, no se ha ido a otro sitio, está aquí, al otro lado del cristal, conmigo. Tengo la estufa encendida. Si abro la puerta del balcón se va el calor.
sábado, 21 de diciembre de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Archivu del blog
-
►
2024
(450)
- ► septiembre (36)
-
►
2023
(539)
- ► septiembre (37)
-
►
2022
(470)
- ► septiembre (34)
-
►
2021
(491)
- ► septiembre (47)
-
►
2020
(430)
- ► septiembre (39)
-
►
2019
(496)
- ► septiembre (52)
-
►
2018
(445)
- ► septiembre (43)
-
►
2017
(405)
- ► septiembre (24)
-
►
2016
(274)
- ► septiembre (25)
-
►
2015
(331)
- ► septiembre (15)
-
►
2014
(220)
- ► septiembre (14)
-
▼
2013
(445)
-
▼
diciembre
(18)
- Sistemas binarios
- Seles turísticos... en el País Vasco (no aquí)
- Más ataques de El Diario Montañés a nuestra ganadería
- ¿Ubi moras?
- Por la noche
- Tres libros
- La del primero del portal de al lado
- Mi vecina
- Y no sé por qué
- Ganaderos en el diario montañés
- Mitologías fundacionales
- Galerías santanderinas
- Caramelu
- Esquinales santanderinos
- Pipianos
- Adiós a San Martín de Bajamar
- Naciones bovinas
- Dando vueltas en torno al caminar
- ► septiembre (20)
-
▼
diciembre
(18)
-
►
2012
(183)
- ► septiembre (23)
-
►
2011
(173)
- ► septiembre (17)
-
►
2010
(220)
- ► septiembre (30)
-
►
2009
(199)
- ► septiembre (18)
-
►
2008
(103)
- ► septiembre (23)
No hay comentarios:
Publicar un comentario