Dejé de jugar al fútbol cuando mis padres me compraron unas playeras con crecederas que nunca llegué a llenar porque el pie no me creció más y las tuve que sufrir hasta que se desgastaron, esto entre los colegas del instituto, porque cuando jugaba más en serio los compañeros de equipo me dejaban unas botas de tacos que me quedaban pequeñas. Pero en realidad no fue por esto, por los pies, con playeras o botas o por tenerlos revirados, que abandoné, no me voy a engañar. La razón es que nunca me interesó o nunca me preocupé de aprender cómo funciona un equipo, los distintos roles, de manera que en cuanto los partidos comenzaron a subir de nivel yo hacía lo de siempre, que era enfrentarme cara a cara al oponente, sin más, confiando en mí, sin contar con el equipo, sin saber cómo hacerlo, así que empecé a perder irremediablemente balones y a jugar mal. Y es entonces cuando decidí que no me gustaba el fútbol, cuando me ví imposibilitado a jugar solo.
Sigo en muchos aspectos igual.
Recuerdo un último partido en el Club Parayas. He vuelto la semana pasada. Está todo abandonado y roto. La foto es del vestuario.
jueves, 20 de agosto de 2020
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1 comentario:
Ni Raquel ni yo tocamos nunca nada cuando hacemos una foto.
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