Fuimos vecinos una temporada. Él vive con su hermano, también anciano. Apenas se hablan. Cuando se sientan en un banco de la alameda lo hacen en bancos separados. La casa es lo suficientemente grande como para no encontrarse. Son de origen pasiego. Hicieron dinero y se vinieron a la ciudad. No sé si tomaron una decisión acertada, no se les ve alegres. Si acaso un poco a este, el alto, que parece más animoso que el otro. Quizá sea porque el bajo esté un poco peor de salud, de hecho hace un tiempo que no le vemos. Siempre nos saludamos. Al alto me lo suelo cruzar a primera hora de camino al trabajo, él esperando a la puerta de la panadería, que a esas horas está indefectiblemente cerrada. Lo hace apoyado en un bolardo, la mano derecha sosteniendo la muleta y la izquierda haciendo de almohadilla con una bolsa que hoy he reconocido por los cuadritos rojos y blancos como de una carnicería cántabra especializada en callos y carne picada.
Seguro que compra pan blanco.
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