Había comprado dos magdalenas de chocolate para mis padres en Muné. Al día siguiente fuimos mi madre y yo a la residencia de mi tía. Al llegar veo que mi madre saca la suya todavía envuelta y se la da. Siendo para ella un tesoro se la había guardado, precisamente por eso. Me mira mi tía y dice: bien sé yo que mi sobrino siempre me trae algo, aunque sea unas avellanas.
No la contradije.
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